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Buah, vaya viaje, chavales, ¡vaya viaje!

Debo confesar que empezó un poco regulinchis, el vuelo se retrasó, luego la escala se alargó, hubo unas buenas turbulencias durante el trayecto, el aterrizaje fue brusco, y encima los azafatos (muy majos todos, pero muy estrictos en lo profesional) no me dejaron ni dormir ni tomarme ningún piscolabis a bordo. Cero estrellas, no recomendamos esta compañía.

Pero si quitamos esa variable de la ecuación... fli-pas.

Por el día: relax, horizontalidad extrema, chapoteos varios, ojitos a unos y otras, alcohol en vena.
Por la noche: luces estroboscópicas, bailes arrimaos', faldas a ras de figa, ojitos a unos y otras, alcohol en vena.
¿Que cuándo se duerme, dicen por ahí? Pues cuando estemos muertos, obviamente.

Pero ya iba siendo hora de volver. Confieso que echo de menos blandir el bate chichonero, hackear cámaras varias, distraer con mis encantos a directores de banco motivados de la vida, y sentir el frío tacto de un lingote de oro en mis dedos y su peso en mi petate. Lástima que la resaca postviaje me vaya a mantener todavía fuera de los ruedos; como aspecto positivo, seguro que saco tiempo para hacer cosas que siempre quise y mi adicción al trabajo me impedía.

Y sí, también eché de menos a mi gente. Holi de nuevo, os quiero un huevo, dadme tiempo para que se me pase un poco la resaca y el jet lag, y... ¿dónde están mis achuchones?